martes, 23 de junio de 2015

Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand. O cuando perder así es ganar.


Ficha:
Título: Cyrano de Bergerac
Autor:  Edmond Rostand
Nº de páginas: 240 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: Espasa Calpe
Lengua: castellano
Traducción: Laura Campmany, Jaime Campmany
Introducción: Jaime Campmany

Sinopsis:
El protagonista, espadachín terrible, polemista violento, brillantemente locuaz y célebre por su desproporcionada nariz, oculta una pasión avasalladora por su prima Roxana, que, a su vez, está enamorada de Christian, un guapo cadete carente de ingenio. Mediante un pacto, Cyrano escribirá, enajenado por un juego que lo embriaga y angustia, las intensas cartas de amor que su rival envía a la joven.

Opinión personal:
Antes de nada, debo decir que esta entrada contendrá grandes spoilers. Si no han leído la obra o no han visto las películas —si las han visto no hay problema, ya que argumentalmente no desvelo nada que no se sepa—  ni saben nada de la historia mejor huyan de aquí.

No soy mucho de relecturas. Y sin embargo es la tercera vez que he leído Cyrano de Bergerac. Y no sé ni cuantas veces habré visto la película de Depardieu. Cyrano de Bergerac es una de esas lecturas a la que vuelvo de vez en cuando. Especialmente en momentos de inflexión. Hay que volver a Cyrano. O bien leyéndola, o bien viéndola en la gran pantalla. Tanto la adaptación de 1950, protagonizada por José Ferrer, como la de 1990 por Gerard Depardieu, están muy logradas. Pocas obras literarias han tenido tanta suerte como esta pieza de Rostand a la hora de ser llevadas a la ggran pantalla.
La primera vez que la leí fue hará más de diez años en una edición en catalán. La segunda vez, fue una edición de Espasa-Calpe. Y esta tercera también ha sido en una edición de Espasa-Calpe, pero con una nueva traducción a cargo de Laura y Jaime Campmany, la cual considero muy lograda.

La aparición de Cyrano de Bergerac en los escenarios fue algo un tanto anacrónico. Estrenada en 1897, hacía ya décadas que el romanticismo como movimiento literario había pasado. El realismo, las nuevas corrientes simbolistas y el teatro de Ibsen aupaban aquella escena de final de siglo. Y ahí, como digo, se estrenó la pieza teatral de la que hablamos. ¿Qué pasó para que esta obra provocara que el público prorrumpiera en una salva de aplausos interminable? Según crónicas de la época, al bajar el telón los aplausos duraban largos minutos y tenían que volver a subir el telón más de una vez para que los actores siguieran recogiendo la ovación. Hasta se dice que los espectadores se abrazaban unos a otros. ¿Por qué este furor? Bueno, contextualmente hay una explicación: cuando se representó la obra en 1897 no había ninguna guerra de por medio, pero lo cierto es que sí había cierta tensión. Francia había perdido años atrás los territorios de Alsacia y Lorena en manos de los alemanes. Y estaba también la tirantez con Inglaterra por el Canal de Suez y Egipto —debido a esto, poco después se produciría la batalla de Fashoda—. Cyrano de Bergerac es la historia de un personaje grandilocuente, heroico, fascinante, al que el espectador elevó a héroe nacional… y que acaba fracasando estrepitosamente. ¿Tal vez los franceses, henchidos de amor patrio, veían su propia concepción patriótica ideal reflejada en Cyrano a la vez que eran conscientes de que su querida Francia pasaba por horas bajas? Gustó tanto la pieza teatral que hasta Edmond Rostand fue condecorado pocos días después del estreno con la medalla de la Legión de Honor. Además, la obra está ambientada en el siglo XVII, una época de esplendor añorada por Francia —cuando España ya declinaba—, y basada en un personaje real, porque, efectivamente, existió un Cyrano, y fue un librepensador rebelde y contestatario, aunque sin esa idealización y romanticismo que Rostand sí le atribuyó al personaje.

Edmond Rostand, el hombre que levantó los ánimos de toda Francia


Pero sería un grave error pensar que el éxito de Cyrano de Bergerac se debió al hecho de llegar justo en el momento histórico preciso.Y también sería un error reducir la obra a una lectura patriótica. Han pasado más de 100 años, y el espectador actual no recuerda nada de aquel momento histórico, no lee la obra ya en clave nacional, y, al tratarse de un clásico universal, es muy probable que el espectador no sea de nacionalidad francesa. Y ahí sigue el espectador actual, entusiasmado. De la misma manera que sería limitado pensar que Cyrano de Bergerac fue una obra propiamente del romanticismo pero estrenada a posteriori. Sí, es romántica si tenemos en cuenta sobre todo al personaje de Cyrano, con su individualismo feroz enfrentado a una sociedad que considera sumisa, mediocre e ignorante—en el famoso enfrentamiento del primer acto Cyrano no se ofenderá tanto porque se hayan burlado de su nariz, sino porque lo han hecho con escaso talento e ingenio—, su idealismo enfrentado a la realidad mezquina, el sentimiento amoroso que lleva en soledad, o su anhelo vitalista de encontrar un algo más que la propia vida no parece capaz de ofrecer. Y dejando de lado al protagonista, como buen drama romántico, también podemos decir que Cyrano de Bergerac nos lleva cronológicamente al pasado y hasta nos ofrece toques costumbristas que recogían el colorido de la vida cotidiana de París, y todo esto escrito en verso y en cinco actos titulados. Sí, sin duda una obra romántica. Pero ¿saben que sucede con una obra que contiene todos los ingredientes prototípicos del movimiento romántico pero no tiene insuflada vida? Pues que se queda en una obra de cartón piedra, de ideas y tópicos prefabricados. No es el caso de Cyrano de Bergerac. Una obra que además no sólo miraba al pasado, pues resultaba también moderna para su época. Sin nada que envidiar tampoco a los planteamientos del teatro realista.

Hay quien se emociona con Cyrano de Bergerac por la historia de amor. Obvio. Estamos ante una de las historias más conmovedoras de toda la literatura. Pero nuevamente me toca decir que sería limitar la obra si nos quedáramos con que es una mera historia amorosa. No obstante, para  empezar a desgranar la obra, se debe partir de aquí, de la historia de amor, puesto que en torno a ella gira toda la trama. Cyrano está enamorado de su prima Roxana, y ha estado enamorado prácticamente desde niño. Pero debido al complejo físico de su gigantesca nariz, “por miedo a ser burlado” como él dice, es incapaz de declararse amorosamente a nadie. Un día su prima Roxana lo cita, y Cyrano acude esperanzado pensando si no será que algo se ha despertado en el corazón de su prima. Pero una vez acude a la cita, ésta le confiesa estar enamorada de un joven cadete llamado Christian. No han intercambiado Christian y Roxana ni una palabra, pero ella está prendada de la belleza física del joven. El motivo por el que Roxana cita a Cyrano es para pedirle que, puesto que Christian entraría en su regimiento, tuviera cura de él y le protegiera. Cuando Cyrano conozca a Christian, el joven le dirá que está enamorado de Roxana, pero que es incapaz de hablarle, que no tiene ningún talento para cortejar a una dama con la palabra. En ese mismo instante, a Cyrano se le ocurrirá una idea: él le escribirá las cartas de amor a Christian para que se las dé a Roxana, le cederá su palabra para que Christian sea capaz de conquistarla. Llegados a este punto, cabe preguntarse cuántos triángulos amorosos como éste hubo anteriormente en la literatura. Porque el triángulo de dos personas enamoradas de una tercera sí, ha habido y habrá. ¿Pero que uno ayude a su rival a conquistar a la persona que él también ama? ¿Qué mueve a Cyrano a actuar así? Pues esencialmente lo hará por dos motivos. El primero es el amor incondicional que Cyrano siente por su prima. Si Roxana ama a Christian, Cyrano hará lo posible para que ella pueda estar con el ser amado. La dicha de Roxana será la dicha de Cyrano, pese a que a la vez le parta el corazón. Y de todos modos, parece que Cyrano ya ha renunciado a ella, ve a su prima como un imposible. De hecho siempre ha sido es incapaz de tener la mínima desenvoltura verbal con Roxana cuando se trata de expresarle sus sentimientos. Cyrano es un excelente poeta, capaz de batirse en duelo a la misma vez que compone un soneto contra su rival. Es vital, atrevido, ingenioso, valiente, locuaz de palabra… pero sólo podrá apenas articular sonidos cuando cree erróneamente que Roxana le podría confesar su amor:

ROXANA. (Sin soltarle la mano.)
                                               Es fuerza que me atreva,
pues a hacerlo me empuja la niñez recobrada.
Cyrano, te confieso que estoy enamorada.
CYRANO.
¡Ah!
ROXANA.
Y él no sabe nada, al menos por ahora.
CYRANO.
¡Ah!
ROXANA.
Pero va a saberlo muy pronto, si lo ignora.
CYRANO.
¡Ah!
ROXANA.
Verás, es un joven que rondándome está,
Pero que no se atreve a sincerarse.
CYRANO.
¡Ya!
ROXANA.
Será de los que piensan que callar es de sabios,
mas yo he visto que al verme le temblaban los labios:
CYRANO.
¡Ah!
(Termina Roxana de hacerle un pequeño vendaje con su pañuelo.)
ROXANA
Y además resulta que, para mi contento,
sirve precisamente en vuestro regimiento.
CYRANO
¡Ah!
ROXANA. (RIENDO.)
Puesto que es cadete de vuestra compañía.
CYRANO.
¡Ah!
ROXANA.
Su aspecto denota bravura, gallardía…
Es joven, noble, audaz… ¡y apuesto!
CYRANO. (Levantándose, pálido)
¿Cómo? ¿Apuesto?
ROXANA.
¿Qué tenéis?
CYRANO. (Muestra la mano, sonriendo.)
Nada, nada, el corte, que es molesto.
ROXANA.
En resumen, que le amo. Aunque debéis saber
que fuera del teatro no le he podido ver.

Por eso, el segundo motivo por el cual Cyrano accede a ayudar a Cristián es para poder ver cumplido un deseo suyo —aunque sea cumplido sólo a medias—: declararse a su amada. Cyrano sabrá que, aunque Roxana suspira pensando que le escribe Cristian, en realidad son sus palabras y sus sentimientos los que producen tal efecto. Por eso, su momento de felicidad más grande será cuando, debajo del balcón y protegido por la oscuridad de la noche, haciéndose pasar por Cristian y seduciéndola para él, podrá desatar libremente su lengua y su corazón:

CYRANO
Si supierais, señora, cómo adoro este instante.
Si jamás fui elocuente…
ROXANA
                                   Lo habéis sido bastante.
CYRANO
Nunca vibró mi voz tan rotunda y sonora
como en estos momentos
ROXANA
                                   ¿Y eso?
CYRANO
                                               Porque hasta ahora
yo os hablaba por boca…
(Está a punto de desvelar el juego, pero rectifica.)
                                   … del estremecimiento
que invade a quien os mira. Pero esta noche siento
que aunque os hablé más veces, lo hago por vez primera.
(…)
¿Puedes sentirme el alma en esta oscuridad?
¡Oh Dios, qué noche! Nunca soñé con algo así.
Yo os hablo a vos, y vos, vos me escucháis a mí.
Ni en mi ambición más alta, ni en la menos modesta,
esperé lograr tanto. Ahora sólo me resta
morir, pues es mi aliento el que aviva tus llamas
y hace que te estremezcas de amor entres las ramas.
Porque tiemblas cual hoja, y la causa soy yo.
Porque siento que tiemblas, y lo quieras o no,
el temblor de tu mano enardece el jardín,
desciende por las ramas y estalla en el jazmín.
Cyrano de Bergerac, interpretado por José Ferrer, el cuál ganó un oscar por ello

Cyrano es, pues, un personaje complejo y de contrastes. Ya que, a parte del contraste entre su valentía en la batalla y su cobardía en el amor, también es simpático y antipático a la vez. Porque no nos engañemos: Cyrano nos cae bien por su nobleza y honestidad, por su osadía para romper con toda hipocresía social, viviendo en total libertad y sin vasallaje a ningún noble poderoso. Pero se abre el telón y nos encontramos, metateatralmente, con la representación de una obra de teatro, y por ventolera de Cyrano la actuación debe suspenderse porque no soporta al actor protagonista, independientemente de lo que opinen el resto de espectadores, e incluso los amenaza si alguien osa rechistar su voluntad. Eso sí, en un gesto grandilocuente, comprendiendo que esa gente ha pagado la entrada por ver el espectáculo, decide arrojar toda su bolsa de dinero como pago. Para el conde De Guiche, personaje en principio antagonista, Cyrano es un payaso bravucón. Y su fiel amigo, Le Bret, lejos de aplaudirle, no puede evitar preocuparse por la suerte de su amigo, porque sabe que esos gestos grandilocuentes le acabarán pasando factura:
PORTERO. (A Cyrano.)
¿Vos no cenáis?
CYRANO.
                        Yo, no.
(Sale el Portero.)
LE BRET.

                                   ¿Puedo saber por qué?
CYRANO. (Viendo que no está el Portero.)
No tengo ni un ochavo.
LE BRET. (Imitando el gesto de arrojar la bolsa.)
                                   ¿Y la bolsa de escudos?
CYRANO.
Todo lo que tenía iba entre aquellos nudos.
LE BRET.
¿Cómo vas a aguantar este mes?
CYRANO.
                                               Con lo puesto.
LE BRET.
¡Tirar así el dinero! ¡Qué idiotez!
CYRANO
                                                           ¡Y qué gesto!

Y sin embargo nos gusta Cyrano, empatizamos con él. Pero en cierto modo, ¿Le Bret y De Guiche no tienen razón al ofrecer otra visión contrapuesta del protagonista? Considero que también la tienen, y eso que Le Bret quiere mucho a Cyrano y De Guiche al final no podrá evitar quitarse el sombrero ante él —y por su parte, Cyrano también acabará reconociendo valor y nobleza en el conde—. Pero ahí está la grandeza de la obra, gracias a esa pizca de ambigüedad. Cyrano es grandioso, pero precisamente es grandioso a pesar de —o más bien gracias a— sus defectos.
Y no sólo el personaje, toda la obra de Cyrano de Bergerac tiene esa doble cara: hay una profunda  tristeza, pero en la vida cotidiana no faltan las risas. Hay placer, pero también dolor. Y grandeza y ridiculez pueden llegar a confundirse y ser cosas inherentes, formando una curiosa dualidad. Se ve claro en el pastelero Regueneau. Un pastelero amante de la poesía que se erige como mecenas, y quiere que acudan a su pastelería cuantos más poetas mejor, él a cambio les invitará a merendar, para disgusto de su mujer. ¿Resultado? Su pastelería se llenará de poetastros gorrones, más preocupados por devorar pasteles que de componer versos. Regueneau, visto así, acaba siendo un tonto al que engañan… pero en su “ingenuidad” ¿no hay cierta grandeza? Cyrano lo alabará, y aunque no se profundiza demasiado en la relación de amistad Reguenau-Cyrano, se nota la mutua admiración que se tienen:

CYRANO. (Aparte, a Raguenau.)
                                                           Al amparo de Orfeo,
¿no ves cómo te esquilman la despensa?
RAGUENEAU. (En voz baja y sonriendo.)
                                                                       Ya veo…
Fingir que no se mira no equivale a no ver.
Para mí, recitar es un doble placer,
pues doy rienda a dos pasiones de mi vida:
dar a las musas versos y a los hombres comida.
CYRANO. (Dando a Ragueneau una palmada en el hombro.)
Me gustas.

Siguiendo con más personajes de la obra, hay quien dice que Roxana y Cristián salen mal parados. La primera por ser esa prototipo de “ángel de amor”, o lo que es lo mismo: mujer pasiva cuya única función es ser ese recipiente de halagos. El segundo por ser el tonto que no articula palabra y cuyo único mérito es tener una cara bonita. De acuerdo, tal vez al principio ambos personajes sean así. Puede que al principio les notemos faltos de grandeza —sobre todo comparados con el protagonista, que empequeñece a cualquiera—. Pero evolucionarán, y probablemente por la influencia que les irradia Cyano. Me parece cuestionable que Roxana sea una mujer florero, puesto que tendrá la valentía de plantarse en mitad de la guerra acompañada de Reguenau, y además con víveres para la tropa —la cual sufría un asedio, y el hambre hacía estragos—. No sólo eso, sino que las cartas de Cyrano tuvieron tal efecto que ella misma llegó al siguiente razonamiento: ¿cómo pude llamar amor a lo que sentía por Christian sin saber nada de su interior? Ahora sí que siento amor, ahora sí estoy enamorada. A esa conclusión llegará Roxana, y al decirle eso a Christian éste también tendrá una revelación, y más cuando ya empezaba a sospechar de los verdaderos sentimientos de Cyrano. Así que Christian, en un acto de honradez, decide ponerle fin a la farsa, pidiéndole a Cyrano que le cuente la verdad a Roxana, y que ella decida con quién se queda. Cyrano, por primera vez, al saber que Roxana le dice literalmente a Christian que le amaría aunque fuera feo, llega a esperanzarse. Pero antes de poder decir nada llega la noticia de que Christian muere, y Cyrano ya no ve propicio revelarle la verdad a Roxana después de esto.

Christian, interpretado por Vincent Pérez


Cyrano de Bergerac es una obra que nos muestra contradicciones y contrastes. Hay momentos de seriedad y grandilocuencia y a la vez que detalles de cotidianidad nimia —como en la primera escena del primer acto—. Y por esos detalles nos creemos la historia, porque nos parece real como la vida misma. Y más que personajes buenos y malos, encontramos personajes con intereses contrapuestos. Porque hagámonos una pregunta: ¿quién es el malo de la obra? En principio todo apunta a que el conde De Guiche tendrá el papel antagonista. No traga a Cyrano, y viéndose burlado por el matrimonio secreto de Christian con Roxana, movilizará justo en ese instante al regimiento de sus dos odiosos rivales para la guerra contra España en un acto de venganza. Y sin embargo, avanza la obra y De Guiche al final no es el enemigo malvado de nadie. En la guerra demuestra su valor, luchando hombro con hombro con Cyrano, frente al enemigo común. Y llegamos al último acto, en el que han pasado catorce años, y Roxana, viuda por la muerte de Christian, decide enclaustrase en un convento. De Guiche, sintiéndose culpable por la muerte de Christian en la guerra, será amigo de Roxana, y acabará cogiendo aprecio a Cyrano hasta el punto de preocuparse por su suerte debido a los enemigos que continuamente se granjea, advirtiendo a Le Bret de que cuide de su amo y que sea precavido. Pero parece que el aviso llega demasiado tarde. Cyrano, al salir de casa para ir a visitar y entretener a su prima como cada sábado, sufrirá un accidente al caerle una viga en la cabeza. Se sospecha que pudo ser hecho a posta por cualquier enemigo suyo… sin especificar quiénes son esos enemigos. Y sin saber realmente si ha sido un accidente provocado o cosa del azar. Porque aunque se tiene la sospecha, en ningún momento se confirma o desmiente que ha sido un asesinato y no un accidente por puro azar. ¿Quién ha sido el malvado ruin que ha asesinado a Cyrano? No hay nombre, no se sabe quién —y si es que ha sido alguien—. Porque en el fondo da igual que no haya nombre. La enemiga en sí parece ser la propia vida, con sus irónicas bromas pesadas y sus zancadillas. Y en el quinto y último acto se nos mostrará la disyuntiva más dolorosa que la vida puede ofrecernos: por un lado, se nos describe a Cyrano pobre como una rata, sin apenas un trozo de pan que llevarse a la boca, viviendo en extrema soledad —¿dónde está ahora ese pueblo que tanto le aclamaba cuando realizaba una victoria heroica?—. Ser un librepensador y no doblegarse ante nadie tiene un precio y Cyrano debe pagarlo. Y por el otro lado, el conde de Guiche ya no es conde, ahora es duque. Y posee una posición social aún más elevada y respetada, en concordancia con el aumento de su riqueza material. Pero algo le entristece. No puede evitar confesar que admira e incluso siente celos del espadachín protagonista. Sabe que para vivir bien ha tenido que pagar un precio. Todos los precios que Cyrano se ha negado a pagar. De Guiche siente un vacío en su interior, algo que su inmensa fortuna no puede suplir:

Duque de Guiche:
¿Pena de qué? ¿No es cierto que ha vivido sin pactos,
amo de sus ideas y dueño de sus actos?
Le Bret. (De nuevo amargamente)
Con todo…
Duque. (Con cierta altivez)
                 Sí, ya sé. Yo soy rico y Cyrano…
¡Pero ojalá pudiera estrecharle la mano!
(…)
A veces, siento celos.
Cuando ya se han colmado los más nimios anhelos,
uno siente, no habiendo causado grandes males,
mil pequeñas zozobras, mil pruritos males,
que aunque no desazonan, sí causan malestar.
Pues el manto de duque arrastra a su pesar,
mientras de la excelencia se suben los peldaños,
un crujir de renuncias y amargos desengaños.

¿Qué es el triunfo? ¿Qué es el fracaso? De nuevo la vida nos ofrece algo ambiguo en ambos conceptos. Vemos a De Guiche rico y respetado, pero un punto de tristeza hay en su interior, no se siente realizado. Y en cambio el propio De Guiche ve a Cyrano como un triunfador pese a su pobreza, aunque el propio Cyrano no opina lo mismo de su vida. Él soñaba con poner fin a su vida heroicamente en combate, y no que la muerte se le materializara de forma vulgar, por una viga caída en su cabeza. También es un poeta talentoso, un genio con la pluma, pero no ha podido, al contrario que Molière, triunfar en las letras. Nunca superó tampoco su complejo físico. Así es la vida, donde triunfo y fracaso se mezclan y se confunden según el punto de vista. Lo más curioso es que esta dicotomía la vivió en sus propias carnes Edmond Rostand por el enorme éxito de la pieza teatral que nos ocupa. ¿A qué artistas no le gustaría ver una obra suya triunfar a lo grande? En principio a nadie, pero hay un dicho que dice “cuidado con lo que deseas, que se puede cumplir”. Edmond Rostand, como creador, se sintió arrollado ante semejante éxito. Ya jamás supo hacer otra obra al mismo nivel, sintiéndose artísticamente estéril. La sombra de Cyrano fue tan alargada que nunca se pudo sacudir el peso de encima. Incluso su mujer, la poeta Rosemonde Gérard, declaró que “siempre he vivido a la sombra de Cyrano de Bergerac; momento hubo en que no sabía de quién era viuda: si de Edmond Rostand o de Cyrano de Bergerac” (1). Sí, su Cyrano fue un éxito. Pero un éxito envenenado.

Han pasado más de cien años, y Cyrano de Bergerac ha entrado en la historia de la literatura universal. Y es universal porque nos interpela a nosotros mismos frente a la vida y a los avatares de ésta. Parece que no basta con elegir un camino, ni siquiera basta con encontrar el camino que efectivamente habíamos deseado, tal y como les sucede a De Guiche y a Cyrano. La vida nos enseña que, en el mejor de los casos, no se puede tener todo, porque por cada cosa que se decide obtener se está rechazando otra. Y eso por no hablar cuando en el día a día se nos lanzan estocadas inesperadas, algunas a traición por la espalda. Dicho de esta manera, parece que Cyrano de Bergerac nos deja un regusto amargo y triste con semejante concepción trágica de la vida. Pero yo no lo veo del todo así. Porque seamos realistas: la vida no es un Edén, la vida no es fácil y nos hará fracasar constantemente. Asumámoslo. Pero cada vez que mordamos el polvo no está de más recordar que no necesariamente por perder se es un fracasado. No siempre vencer consiste en tener éxito. Cyrano podía lamentarse en su agonía todo lo que quisiera, pero si caía derrotado en la vida era porque sólo una persona como él podía perder así. Porque si triunfaba sentiría el vacío que sentía el conde De Guiche. Por eso Cyrano pierde. Y perder así es ganar.


Valoración: obra maestra
Te gustará si te gusta la capa y espada, el drama histórico, las historias de amor, la poesía.

(1) Cita extraída del prólogo de Jesús Pardo. De la edición de: Rostand, Edmond. Cyrano de Bergerac (Jesús Pardo, ed). Madrid. Espasa Calpe. 1999.