lunes, 8 de febrero de 2016

Soy leyenda, de Richard Matheson. O cuando el vampirismo deja de ser fantasía para ser ciencia ficción en un tratado de relativismo moral




Ficha:
Título: Soy leyenda
Autor: Richard Matheson
Nº de páginas: 179
Editorial: Minotauro
Lengua: castellana
Traducción: Manuel Figueroa

Sinopsis (extraída de la web de La casa del Libro):
Robert Neville, único superviviente de una guerra bacteriológica que ha convertido al resto de la humanidad en vampiros, ve como su vida se reduce a asesinarlos durante el día, y soportar su asedio cada noche. 

Opinión personal:
Se suele encuadrar el tema vampírico como subgénero fantástico. Sí, hablar de vampirismo es hablar de fantasía, de folclore y de mitología. Pero Soy leyenda, de Richard Matheson, no es una novela fantástica, es un clásico de la ciencia ficción. Y ya les dije en mi entrada anterior que me había propuesto ampliar mi bagaje en dicho género, así que La posada del Lector abre sus puertas por un buen motivo.

Soy leyenda es una obra breve de veintiún capítulos distribuidos en cuatro actos, en la que se cuenta la lucha diaria de Robert Neville por su propia supervivencia. Y entre acto y acto, se produce un pequeño salto temporal hacia adelante en la vida del protagonista —el primer acto, en enero de 1976; el cuarto, en enero de 1979—, aunque por las páginas de la novela también hay breves flashbacks, que muestran la vida civilizada y feliz que llevaba Robert Neville junto a familiares y amigos. Una vida truncada por una gran tragedia: la guerra bacteriológica. Un acontecimiento que ha transformado a la población mundial en seres que reúnen las condiciones prototípicas que siempre se han asociado a los vampiros. ¿Toda la población ha sido transformada en vampiro? No, ahí está nuestro protagonista. El único humano que no ha mutado. El último humano, por lo tanto. Como ven, Soy leyenda es una historia apocalíptica como consecuencia de una guerra mundial, y al publicarse en 1954 es difícil no pensar en la más que probable influencia de la guerra fría y el temor que ésta despertaba. Y más si tenemos en cuenta que la acción transcurre en una gran ciudad de los Estados Unidos: Los Ángeles.
Richard Matheson, que supo hacer del vampirismo ciencia-ficción
Así pues estamos ante una historia de supervivencia muy básica, y con una prosa bastante directa y con frases cortas y secas. Pero, como conté en la entrada de La carretera, menos puede ser más. Porque en Soy leyenda no hay relleno ni subtramas, nada de eso es necesario. De hecho, si hubiera más estorbaría. Matheson va al grano y el lector tampoco tiene la sensación de que falte nada. Tenemos de sobras contemplando la lucha por la supervivencia de Robert Neville frente a sus dos enemigos.

El primer enemigo y más reconocible son los vampiros. Ya que sin ellos no habría novela. Robert Neville está solo ante el peligro, atrincherado noche tras  noche en su casa, la cual ha convertido en un fortín. Allí aguanta los furiosos envites de los vampiros. Y eso durante la noche, porque durante el día los vampiros se ausentan pero no con ello se acaba el esfuerzo de Robert, ya que tendrá que reparar los desperfectos que esos monstruos provocan con sus asedios en la casa, además de acomodarla para su habitabilidad: esto es trabajar de fontanero, carpintero y electricista. Y por si eso fuera poco, Robert actúa como un científico autodidacta. Durante el día, estando despejada de chupasangres la ciudad, también acude a la biblioteca pública para informarse y empaparse de ciencia, a ver si encuentra explicaciones científicas para la mutación, y quién sabe si con suerte alguna cura con la que revertir la mutación de la humanidad, porque en la lucha contra los vampiros Robert Neville no se limita sólo a mantenerse a salvo, va a por todas contra ellos. Y evidentemente, eso implica una lucha titánica. Demasiado titánica como para que caiga sobre los hombros de una sola persona. Y sobre los hombros de Neville cae. Richard Matheson consigue transmitir bien la sensación de estrés terrorífico que sufre el protagonista, porque Soy leyenda no es sólo una novela de ciencia ficción. También es una novela de terror. Un terror que no se consigue sólo por la aparición de los vampiros, sino también incluso cuando éstos no están. Da miedo ponerse en la piel de Robert Neville en cualquier hora del día. Hay que mantenerse activo: resistir, trabajar, pensar en el día de mañana, planearlo todo, vigilar bien, que ningún detalle se te escape, ¿está toda la casa bien tapada?, ¿funciona bien la electricidad?, ¿los grifos?, ¿qué más información puedo encontrar sobre el vampirismo?, ¿por dónde pueden intentar colarse dentro esta noche?... y así día tras día. Hay que adelantarse a los movimientos del enemigo. Días para actuar, noches para resistir. Y pendiente del reloj, no vaya a ser que uno pierda la noción del tiempo mientras realiza alguna tarea planificada durante el día y caiga la noche antes de llegar a casa. Esta es la vida desolada, solitaria y estresante de Robert Neville. 

Tanta desolación, dolor y estrés que nos lleva a hablar del segundo enemigo de Robert Neville: él mismo. Porque una situación así afecta a la salud mental de cualquiera. Por eso, además de la lucha externa contra los vampiros, podemos también hablar de una segunda lucha interna contra él mismo, contra su soledad, sus fantasmas y su locura. Su deplorable estado llega a provocar tanta angustia como los propios vampiros, y mientras pasas las páginas te preguntas por su suerte. Paradójicamente, a la vez que resiste heroicamente el asedio de los vampiros, se ahoga en el alcohol. Aunque quizás no es tan contradictorio: sin el alcohol no soportaría la presión, y sin evasión tampoco habría resistencia. Así que lucha y evasión tal vez sea una alternancia necesaria. De la misma manera que alterna, junto a su frenética actividad de la que he hablado anteriormente, épocas de pereza en la que le cuesta mantenerse activo por depresión. Son ocasiones en las que su lucha se relaja, aunque nunca cesa (1). Robert Neville mantiene, pues, una lucha doble. Y por ende, un esfuerzo doble
Robert Neville, asediado por vampiros.
Muchísimo esfuerzo, tanto esfuerzo que uno se pregunta para qué. Me veo obligado a volver a citar La carretera, porque hay otro elemento que tienen en común: ante un panorama tan desolador, ¿merece la pena aferrarse tanto a la vida? Y en Soy leyenda te lo preguntas aún más. Porque en La carretera al menos se percibía una respuesta: el padre se agarra a la vida porque tiene un hijo que cuidar. Y el hijo se aferra a la vida porque parece estar poseído por esa fe esperanzadora propia de un niño. Pero en Soy leyenda la explicación es aún menos clara. Y si es que hay explicación más allá de que es pura supervivencia por la supervivencia. Me acuerdo de unas palabras atribuidas a Woody Allen: <<Aunque me gustaría, probablemente no puedo dar una buena razón para justificar que la vida merece la pena, pero si alguien entrara ahora mismo en este cuarto con una escopeta, mi reacción natural, como la de cualquiera de nosotros, será aferrarme a la vida y ponerme a cubierto>>. Eso hace Robert Neville, aferrarse a la vida y no coger una escopeta y descerrajarse la cabeza. Aunque lo suyo no sea una vida, sino un infierno. Pero seguirá viviendo aun en ese infierno. Y hasta seguirá leyendo por ocio y escuchando música clásica, quizás para no perder definitivamente la cabeza, y seguir anclado en aquella humanidad pasada.

Dejando de lado las luchas del protagonista, hay dos características que destacan positivamente en Soy Leyenda, y conviene detenerse en ellas. La primera, como ya he señalado al principio de la entrada, es que Soy leyenda es una novela de ciencia ficción y no de fantasía. ¿Por qué? Por el tratamiento del tema vampírico. Porque hay explicación “científica” y no fantástica. Y lo considero uno de los puntos fuertes de la novela no porque crea que la ciencia ficción sea superior a la fantasía —ni viceversa, ya que dependerá de la obra—, sino porque la parte “científica” está muy lograda. Y especial atención al capítulo diecisiete, muy  significativo en este aspecto. Como he dicho anteriormente, Robert Neville actuará como un científico. E incluso se fabricará un microscopio, e investigará empíricamente, usando el método ensayo-error. Hasta experimentará con los vampiros, cazándolos de día. O mejor dicho, con las vampiras. Porque parece que las mujeres son su predilección para sus experimentos. ¿Quizás por su abstinencia sexual obligada? ¿O tal vez por misoginia? Richard Matheson no profundiza en ello, pero lo apunta (2). El caso es que los vampiros serán objeto de estudio. Éstos actúan como en las leyendas antiguas, es cierto. Ni soportan el ajo ni quieren ver cruces. Pero ¿por qué sucede esto? ¿Porque sí y ya está? No, no hay pensamiento mágico. Hay explicación. Parece que el autor realice en Soy leyenda un ajuste de cuentas metaliterario con la tradición literaria-folclórica vampírica (3).

La segunda cosa a destacar de la novela es que la historia avanza y el final sorprende al lector. Pero lo sorprende lográndolo sin trampas. No hay ningún deus ex machina, tampoco hay información oculta, ese tipo de información que el autor se saca de la manga en el último momento. No hay trampas en Soy leyenda, como sí las hay en otras novelas, series —¿recuerdan Lost?—o películas. Toda la información está a la vista del lector. No revelaré qué es lo que sucede, sólo diré que el final acaba siendo un tratado de relativismo moral. Una cuestión de perspectiva. Y te das cuenta de que la ética, lo bueno y lo malo, lo normal y anormal, puede depender de un factor numérico, de un mero concepto estadístico. Y no diré más. Quien haya leído la novela entenderá mis palabras.

Voy terminando ya con esa entrada. Quizás hayan visto la película Soy leyenda protagonizada por Will Smith y dirigida por Francis Lawrence. Yo sinceramente no la he visto, así que no puedo opinar por mí mismo. Pero según me han dicho —y no está bien hablar de oídas porque no os puedo asegurar nada, queridos lectores, pero como digo no he tenido ocasión de ver la versión fílmica—, no le hace justicia a la novela. Y el final, ese gran final, no es igual en la película. Y otra cosa a destacar que me han contado: el Robert Neville de la película es un personaje más heroico, idealizado, en comparación al Robert Neville de la novela del que os he estado hablando, un hombre más común y hasta con aspectos oscuros. Y me creo totalmente esta versión idealizada del film, porque mi experiencia con adaptaciones de Hollywood me dice que suelen endulzar las novelas cuando las llevan a la gran pantalla.
Will Smith hizo de Robert Neville descafeinado en una película del 2007
En definitiva, me propuse leer clásicos de la ciencia ficción y Soy leyenda me ha animado a proseguir en la tarea. Porque es una obra interesante, profunda y con un buen ritmo narrativo que engancha al lector y que no decae en ningún momento, cosa que tiene su mérito teniendo en cuenta que Richard Matheson nos habla de la supervivencia de un único personaje. Su brevedad es otro punto a favor, siempre lo es cuando la novela no deja cabos sueltos y contiene exactamente lo que debe contener, de lo contrario sería relleno superficial. Así que, apreciados lectores, os animo a leer Soy leyenda. Yo me animaré a buscar otra obra de Richard Matheson. ¿Qué tal El increíble hombre menguante? Espero que sea una buena elección.

Valoración: notable
Te gustará si te gusta: la ciencia ficción, historias de vampiros, historias de supervivencia, dilemas morales.
Fragmentos: 
(1) Robert Neville se cuida a la vez que se abandona:

Se limpió con cuidado los dientes. Era ahora su propio dentista y debía cuidarse. Muchas cosas podían irse al diablo, pero no su salud. ¿Por qué no dejar también el alcohol?, pensó. ¿Por qué no acabar con aquel infierno?
Recorrió luego la casa, apagando luces. Miró el mural durante unos minutos y trató de creer que era realmente el océano. ¿Pero cómo creerlo con todos aquellos chillidos y gritos nocturnos?
Apagó la lámpara de la sala y entró en el dormitorio.
Torció la boca, disgustado. El serrín cubría la cama. Lo limpió con la mano pensando que debía separar el almacén del dormitorio. Mejor hacer esto, mejor hacer aquello, pensó cansadamente. Había tanto que hacer. Nunca solucionaría el verdadero problema.

 (2) La soledad y la abstinencia hace estragos en Neville:

Volvió a cerrar los ojos. La presencia de las mujeres empeoraba las cosas, pensó; las mujeres como muñecas lascivas en la noche. Esperaban que él las viese, y se decidiera a salir.
Se estremeció. Todas las noches ocurría lo mismo. Leía y escuchaba música. Luego pensaba en aislar la casa, y al fin pensaba en las mujeres.
Otra vez aquel calor insoportable en las entrañas. Conocía muy bien aquellas sensaciones y lo enfurecía no poder dominarse. El calor crecía y crecía y tenía que incorporarse y pasearse por el cuarto con los puños apretados. Entonces debía encender el proyector, y ver una película, o comer mucho, o beber mucho, o aumentar el volumen de la música hasta lastimarse los oídos.
Sintió que los músculos del abdomen se le retorcían como espirales de alambre. Recogió el libro e intentó leer, deletreando lenta y dolorosamente cada palabra.
Pero un instante más tarde el libro estaba otra vez en sus rodillas. Miró la biblioteca. Aquella sabiduría no calmaría nunca sus entrañas; siglos y siglos de palabras no podían satisfacer aquel deseo silencioso e irracional.
Se sintió enfermo, insultado. Se le habían cerrado todas las salidas. Lo habían obligado al celibato, y debía seguir así.

 (3) Robert Neville se pregunta qué es verdad y qué no. Y por qué.

Era extraño el efecto del ajo. Debía de alejarlos el olor, ¿pero por qué?
Había muchas cosas extrañas: que no salieran de día, que no toleraran el ajo, que los mataran las estacas, que temieran aparentemente las cruces, que evitaran los espejos.
De acuerdo con la leyenda, eran invisibles en los espejos o se transformaban en murciélagos. Pero la lógica y la realidad habían desvanecido aquellas supersticiones. Era igualmente disparatado creer que se transformaban en lobos. Había, sin duda, perros vampiros; los había visto y oído fuera de la casa, de noche. Pero eran sólo perros.
Neville apretó los labios. Olvídalo, se dijo a sí mismo; no estás preparado aún. Un día podrás enfrentar todo esto, pero no ahora. Hay problemas más urgentes.